Elisabeth Kübler Ross, una psiquiatra y escritora suizo-estadounidense, creó un modelo para explicar el proceso de duelo por la muerte o la pérdida de un ser querido.
Afrontar una enfermedad y aceptarla se da a través de un proceso de duelo.
No existe un duelo típico. Cada duelo es tan singular como la vida misma de cada persona. Sin embargo, el modelo de Kübler Ross es útil para reflexionar y entender nuestra relación con la enfermedad. También nos ayuda a prepararnos mejor para afrontar las pérdidas en general, lo cual siempre es de agradecer.
Esta es mi propia adaptación del modelo de Kübler Ross aplicado al proceso de cómo aceptar una enfermedad y también incluyo algunos consejos personales.
Desarrollaré un poco cada fase, pero si te interesa profundizar te sugiero leer su libro “Sobre el duelo y el dolor” y escuchar mi podcast sobre la aceptación que está hacia el final de este artículo.
Las 5 fases de la aceptación de la enfermedad
La negación
Cuando una enfermedad se ha vuelto crónica podemos quedarnos paralizadas y refugiarnos en la insensibilidad. Cerramos la mente y el corazón para evitar el dolor.
Intentamos seguir viviendo como si nada estuviera pasando, aunque la enfermedad, claro, sigue allí para recordarnos que es inútil. Somos presas de la incredulidad. No damos crédito a que nuestra vida se haya vuelto “esto” tan desagradable, inconveniente y poco glamuroso. ¿Quién es esta persona extraña en la que estoy atrapada?
La negación nos ayuda inconscientemente a asimilar los sentimientos difíciles porque dosifica el dolor. Nos hace sentirlo en cantidades que podamos soportar y evita un choque emocional grave. Son mecanismos de protección de la propia mente. Considera que está literalmente lidiando con un trauma.
Las cosas desagradables que nos trajo la enfermedad no parecen del todo reales porque todavía no lo son para nosotras. Es una estrategia de supervivencia. Nos da por hallar formas de ir pasando los días sin más y cuando las hacemos sentimos un alivio momentáneo.
Cuando la negación pasa se sustituye por la realidad de la enfermedad y de todas las nuevas circunstancias que trajo a tu vida. Empiezas a “poner los pies en la tierra”.
Consejo:
Si tienes conductas adictivas (quién no tiene) es factible que se pongan peor en esta fase del duelo por la enfermedad. Intenta, como mejor puedas, elegir “huidas” que te hagan el menor daño posible. Por ejemplo, si eres fumadora compra el llamado “tabaco de pastor” que es una combinación de yerbas aromáticas e intenta turnar el consumo del tabaco habitual con el de pastor.
No es el momento para dejar de fumar o de comer en exceso o para hacer dieta y rebajar de peso o para hacer esfuerzos sobrehumanos. En serio: todavía no lo es.
La ira
La ira no es lógica ni tiene que serlo. Se expresa con diferentes intensidades: enfado, frustración, irritación, intranquilidad corporal, hartazgo, indignación, asco, envidia, odio, rabia e incluso episodios de violencia física, verbal o emocional.
Puede que en esta fase te provoque “asesinar” a los médicos por “ineptos”. Quizás te enojes contigo o con tu familia por no haberte “cuidado mejor” (sea verdad o no). Es probable que dirijas tu ira contra la vida o contra Dios (si eres creyente) por encontrarte en una situación que no esperabas y ciertamente no mereces.
La ira tal vez aparezca cuando alguien insiste en que hagas equis cosa para estar mejor y entonces piensas “¿Y tú qué sabes? No estás enferma/o” y se te antoja “partirle la cara” dándole un puñetazo.
Celebra que haya aparecido la ira. ¿Por qué? Porque esta emoción sólo aflora cuando nos sentimos seguras de que podremos afrontar lo que nos está pasando. Suele coincidir con que hemos “retomado” nuestra vida de una manera básica.
No hay que pedirle a alguien con rabia que no la sienta eso es una anulación de sus emociones. Si los demás no saben cómo encajar tu ira es su problema. Te aseguro que conocerán su propia ira más temprano que tarde.
A las mujeres se nos educa para reprimir la ira entonces es difícil sentirla. Conecta con ella con honestidad ya que te preparará para sentir el dolor por la pérdida que representa tu enfermedad y la tristeza profunda.
Mientras haces el duelo la ira te visitará varias veces. Y es positivo porque la ira da fuerzas, estructura, sirve como ancla y te conecta con las personas que estás enojada. Recuerda que la soledad y el aislamiento producto de la enfermedad producen más sufrimiento que la ira.
La ira, a su manera, son ganas intensas de vivir. No te auto-juzgues.
Consejo:
Cómprate un cojín de boxeo y cáele a patadas y puños. Si la enfermedad que tienes es con dolor físico o te impide hacer lo anterior enciérrate en una habitación y grita lo más fuerte que puedas. Hazlo a menudo.
Si te da vergüenza grita apoyando tu cara en una almohada o pon música muy alto y grita. Encuentra una forma de sacar la ira que sea lo menos dañina posible para ti y para los demás y sácala.
La negociación
La negociación va de la mano con la culpa y la vergüenza.
En esta fase del duelo por la enfermedad intentamos desesperadamente hacer pactos o pedir treguas del tipo “no volveré a hacer _____ (comportamiento), pero por favor que se vaya el dolor” o “si me curo, haré ________ (comportamiento) el resto de mi vida”.
También negociamos mental, emocional y simbólicamente cosas con los demás o con la vida del tipo “si tal persona estuviera conmigo, yo me sentiría mejor” o “si al menos tuviera ________ (situación, persona o cosa) todo sería más llevadero”.
Nos vienen a la mente millones de “si hubiera” hecho, dicho o tenido. Es un mecanismo temporal de probar nuestra capacidad de restauración del control y a través de la negociación lidiamos con el pasado.
Buscamos llenar las lagunas que hasta ahora no han permitido la aceptación de la enfermedad, la comprensión profunda de nuestra situación, y eso nos ayuda a reformatear el pasado e incluso a crear una narrativa diferente sobre los hechos.
Las etapas del duelo no son lineales. La fase de negociación a veces implica pasar de una fase del duelo a otra, de unas emociones a otras, en fracciones de segundos. La negociación mantiene el sufrimiento a raya en una cantidad soportable y nos comienza a conectar con el presente de nuevo.
Aceptar la enfermedad es también negociar con ella y con la nueva realidad.
Consejo:
Date algo de crédito por las cosas bonitas de tu vida, eso te ayudará a lidiar con la culpa. No todo lo has hecho (tan) mal. Reflexiona sobre las cosas que has hecho correctamente y te han salido bien. Haz una lista de tus mejores momentos y habla sobre ellos con alguien de confianza. Recuerda que ser humana es ser imperfecta.
La depresión
En esta fase conectamos con el presente y sentimos profundamente el dolor y la tristeza por tener una enfermedad. Nos parece que vamos a estar tristes para siempre y nos cuesta pensar que sólo es una fase del duelo y que también pasará.
Los cambios de la vida que producen las enfermedades cuando se vuelvan crónicas o son incurables son tristes y deprimentes. Así es. Lo son porque el proceso para la aceptación de esa realidad implica afrontar una pérdida y la tristeza profunda que la acompaña.
La respuesta adecuada, adaptativa y normal ante una pérdida es la tristeza profunda.
Intenta ver a la tristeza como una visitante, no deseada quizás pero visitante al fin. Haz espacio en tu vida para “sentarte a hacer un té” con tu tristeza profunda.
Mientras más amable seas contigo en esta fase la tristeza pasará más pronto. Es posible que te re-visite cada tanto, pero una vez que has aprendido a tratarte bien, con cariño y auto-compasión cuando estás triste te será cada vez más fácil ese diálogo con la tristeza cuando venga de visita.
¿Es recomendable tomar antidepresivos durante un duelo por enfermedad?
A menos que la enfermedad específica por la que estás haciendo el duelo sea el trastorno de salud mental llamada depresión clínica no es recomendable que tomes antidepresivos. Afrontar una enfermedad produce tristeza profunda, pero estar abismalmente triste no es siempre tener una depresión clínica.
A muchas personas les recetan antidepresivos en esta fase del duelo por una enfermedad crónica y a menudo resulta contraproducente. Cuando se está haciendo un duelo por una enfermedad es vital poder sentir la tristeza profunda de esa pérdida.
Los antidepresivos, dependiendo del tipo y de las dosis, «aplanan» las emociones artificialmente y entonces pueden entorpecer el proceso de duelo.
Las pérdidas duelen. Aceptar la enfermedad y tu nueva vida duele. No viene bien a largo plazo erradicar las emociones difíciles con soluciones temporales que tapen los síntomas.
Lo recomendable siempre es trabajar internamente en las causas de esa tristeza profunda, es decir, hacer el proceso de duelo como tal para que no se convierta en un “duelo complicado” (a veces llamado «trastorno por duelo complejo persistente»).
Asegúrate de contar con el mayor apoyo psicológico de tus seres queridos y, si es necesario, de profesionales entrenados para acompañarte adecuadamente en tu proceso de duelo por la enfermedad.
Consejo:
Si te has quedado atorada en la tristeza profunda intenta primero hacer una terapia psicológica o darle chance a la práctica de la meditación y del mindfulness. Profundiza, alimenta y «riega» los vínculos humanos cercanos con los que cuentes antes de tomar antidepresivos por el duelo de una enfermedad. Si necesitas tomarlos por las razones que sean procura no tomarlos por más de un año. Lo mismo aplica para los anxiolíticos (benzodiacepinas).
Te recomiendo encarecidamente leer el libro “Las conexiones perdidas” de Johann Hari. Es una investigación seria y bien documentada sobre las causas sociales de la depresión que te abrirá los ojos. La solución a largo plazo no son los antidepresivos ni las benzodiacepinas. La solución en el caso del duelo por una enfermedad es aceptar la enfermedad.
Atención: Jamás dejes de golpe un psicofármaco que te estés tomando. Siempre consulta a tu médico o a tu psiquiatra primero.
La aceptación
Aceptar una enfermedad no significa que estés de acuerdo con lo que te está pasando o que te parezca bien o te sientas bien con ello. No es eso.
La aceptación es una toma de contacto directo con la realidad de tener una enfermedad y con el estado de tu vida en este momento. Es aprender a vivir con esa realidad, no es resignarte a ella.
La resignación es pasiva y la aceptación es activa.
Cuando aceptamos la enfermedad hacemos los cambios necesarios en nuestra vida para estar lo mejor que se pueda a pesar de la enfermedad.
Tu vida ha cambiado. Necesitas adaptarte a la nueva persona que ahora eres. Tus necesidades también son diferentes. Aceptar es darte a ti misma lo que ahora necesitas. Es introducir modificaciones amables en tu vida que te dejen disfrutarla mientras también van sucediendo cosas que no te gustan. Siempre habrá cosas desagradables en tu vida.
Al aceptar la enfermedad la mente se expande y se produce una apertura radical al presente.
Estás más dispuesta a vivir plenamente lo que haya que vivir, lo agradable, lo neutro y lo desagradable, y buscas y encuentras las maneras más eficaces y eficientes para hacerlo.
Explico más ampliamente esta fase en el podcast que encontrarás al final del artículo.
Consejo:
Toma lápiz y papel. Aceptar la enfermedad va de crear diálogos y narrativas nuevas sobre ti misma y sobre tu vida. Pon a “tu nuevo yo” a escribirle una carta de despedida a “tu viejo yo”. Dile con honestidad todo lo que has aprendido de la enfermedad y de las limitaciones que trajo a tu vida. Luego abraza a tu viejo yo, despídete con cariño y déjalo morir. Ya no lo necesitas. Ahora te tienes a ti.